Sin rumbo
Nos habituamos a las cifras engordadas, al secretismo cuando algo iba mal y a un producto interno bruto que nunca reflejaba el contenido de nuestros bolsillos. Por décadas, los informes económicos tuvieron la capacidad de esconder, tras páginas llenas de números y análisis, la gravedad de los problemas. Entre los licenciados en la ciencia inexacta de las finanzas, hubo algunos que se atrevieron a desenmascarar la falsedad de ciertos números […] Leia mais
Publicado em 7 de fevereiro de 2010 às, 11h40.
Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às, 12h21.
Nos habituamos a las cifras engordadas, al secretismo cuando algo iba mal y a un producto interno bruto que nunca reflejaba el contenido de nuestros bolsillos. Por décadas, los informes económicos tuvieron la capacidad de esconder, tras páginas llenas de números y análisis, la gravedad de los problemas. Entre los licenciados en la ciencia inexacta de las finanzas, hubo algunos que se atrevieron a desenmascarar la falsedad de ciertos números –como Oscar Espinosa Chepe– y fueron penalizados con un “plan pijama” de desempleo y estigmatización.
Esta semana, la lectura del análisis –serio y bien argumentado– publicado por el presbítero Boris Moreno en la revista Palabra Nueva ha aumentado mi nerviosismo sobre el colapso que se nos avecina. Con el sugerente título de “¿Hacia dónde va la barca cubana? Una mirada al entorno económico”, el autor nos alerta de una caída –en picada– del estado material y financiero de la Isla. Palabras que deberían aterrarnos, si no fuera porque los oídos se nos han vuelto un tanto impermeables a las malas noticias, de tanto zambullirnos en las aguas de la improductividad y la escasez.
Concuerdo con el Máster en Ciencias Económicas en que la primera y más importante medida a tomar es “el compromiso formal del gobierno en reconocer la capacidad de opinar de todos los ciudadanos sin que esto implique represalias de ningún tipo. Deberíamos eliminar de nuestros entorno los calificativos que restringen el intercambio de ideas y opiniones”. Después de leer esto, me figuro a mi vecina, contadora retirada, diciendo en voz alta sus criterios sobre la necesidad de permitir la empresa privada sin que esto le granjee un mitin de repudio frente a su puerta. Cuesta trabajo proyectar algo así, ya lo sé, pero acaricio la idea de que algún día –sin el temor a que los acusen de “mercenarios a sueldo de una potencia extranjera”– miles pasarán a hacer sus señalamientos y a plantear soluciones. ¡Qué capital enorme recuperará Cuba!
Aunque las arcas no van a colmarse sólo con propuestas y razonamientos, nuestra experiencia nos señala que el voluntarismo y las exclusiones sólo han contribuido a vaciarlas.
(Publicado em “Generación Y”)