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Nombrar los hijos

“¿Qué nombre crees que deba ponerle?” me dice una amiga que tiene seis meses de embarazo y espera un varoncito. En un primer impulso, le respondo con el habitual “José” y la mueca de su cara me obliga a buscar algo menos tradicional. Paso revista entonces al amplio catálogo que incluye Mateo, Lázaro o Fabián, pero ninguno le agrada a la exigente madre. Si esta misma situación hubiera ocurrido veinte […] Leia mais

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Instituto Millenium

Publicado em 18 de janeiro de 2010 às, 10h58.

Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às, 12h27.

maniquies

“¿Qué nombre crees que deba ponerle?” me dice una amiga que tiene seis meses de embarazo y espera un varoncito. En un primer impulso, le respondo con el habitual “José” y la mueca de su cara me obliga a buscar algo menos tradicional. Paso revista entonces al amplio catálogo que incluye Mateo, Lázaro o Fabián, pero ninguno le agrada a la exigente madre. Si esta misma situación hubiera ocurrido veinte años atrás, el bebé habría cargado con una “i griega”, como muchos de los nacidos en las décadas del setenta y el ochenta. Sin embargo, la exótica moda de usar la penúltima letra del abecedario, parece haber quedado superada.

Durante varios lustros, los cubanos nombraron a sus hijos con una libertad que no lograban experimentar en otras esferas de la vida. La grisura que proyectaba el mercado racionado y el control estatal sobre nuestra existencia se esfumaba cuando se inscribía a un recién nacido en el registro civil. Los padres jugueteaban con el lenguaje y creaban verdaderos trabalenguas, como el que exhibe un famoso jugador de beisbol llamado “Vicyohandri”. A algunos, incluso, les adjudicaron la rara composición “Yesdasí”, mezcla de la palabra “sí” en inglés, ruso y español.

Afortunadamente, desde hace unos años soplan aires más calmados a la hora de nominar a un niño. Toda una generación que se había sentido nombrada como si de un experimento de laboratorio se tratara, prefiere ahora volver a la vieja usanza. Así que después de varios días, mi amiga me ha llamado para contarme su decisión: el bebé se llamará Juan Carlos. Al otro lado de la línea, yo respiro aliviada: la cordura ha regresado al acto de nombrar los hijos.