Los locos y los pícaros
Los locos son presa fácil de los pícaros, que les gritan en las esquinas frases dolorosas para aumentar su delirio. Con dos barquitos de papel, teníamos uno en mi cuadra que pasaba horas en una rara regata que no llegaba a ninguna parte. Su madre lo mantenía calmado a base de benadrilina y diazepam; todo, antes que mandarlo al almacén de la demencia que es Mazorra, el hospital psiquiátrico habanero. […] Leia mais
Publicado em 19 de janeiro de 2010 às, 11h01.
Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às, 12h26.
Los locos son presa fácil de los pícaros, que les gritan en las esquinas frases dolorosas para aumentar su delirio. Con dos barquitos de papel, teníamos uno en mi cuadra que pasaba horas en una rara regata que no llegaba a ninguna parte. Su madre lo mantenía calmado a base de benadrilina y diazepam; todo, antes que mandarlo al almacén de la demencia que es Mazorra, el hospital psiquiátrico habanero.
En la mente de aquella señora estaban las imágenes de lo que había sido la clínica mental de la calle Boyeros, con su terror acumulado y su depauperación material. Los pacientes casi desnudos, las paredes llenas de excrecencias humanas y la falta de supervisión, eran el escenario para las peores atrocidades. Las fotos habían salido publicadas en las revistas de aquel lejano 1959. Después, llegaron reportajes en la televisión, sábanas limpias, terapia ocupacional y hasta vallas políticas que cambiaron la faz de lo que había sido el horror. Sólo que, como ya les dije, los locos son presa fácil de los pícaros.
A partir de los años noventa, con la llegada del período especial, el desvío de recursos se ensañó con Mazorra. Los vecinos de las calles aledañas estaban bien surtidos por un mercado negro de frazadas, leche, comida, ropa, toallas y medicamentos que salían del hospital. Los allí ingresados creían que era parte de su padecimiento el que cada día –como en el filme “La luz que agoniza”– faltaran más bombillos en las salas. Les fueron sustrayendo todo lo indispensable y nadie reparó en las ventanas rotas, las tazas de baño tupidas y las camas de patas abiertas. Esta vez, no había un periodista autorizado para retratar la miseria.
La prensa oficial no pudo esconder, sin embargo, la muerte de 26 pacientes –algunos afirman que la cifra se acerca a los 40– por hipotermia y padecimientos asociados al abandono. Se largaron de esta vida en unos días fríos de enero, mientras se apretujaban cuerpo sobre cuerpo sin poder con ello evitar el final. Los pícaros, por su parte, se edificaban casas con los dividendos del robo y creyeron que nunca nadie detectaría sus desfalcos. Hoy, en el hospital se investiga a los responsables en medio de un despliegue policial para que no se acerquen los curiosos. No han salido imágenes, pero me atormenta la idea de cuánto llegaron a parecerse esos pacientes, en su desvalimiento, a aquellos rostros de las fotografías del pasado.
Imagenes tomadas de: http://cubalagrannacion.wordpress.com/2010/01/17/el-hospital-de-dementes-de-mazorra/