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Cuidar lo propio, robar lo ajeno

Por la noche, vigila los surcos plantados de malanga y la cría de carneros, con una escopeta corta de fabricación casera. Es la obra de un improvisado armero que soldó un trozo de cañería de poco diámetro a la recámara rústica de la que sobresale el irregular percutor. Basta el sonido –en medio de la madrugada– del rastrillar del ingenioso artefacto para que salgan corriendo los que pretendan robarle la […] Leia mais

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Instituto Millenium

Publicado em 10 de fevereiro de 2010 às, 23h58.

Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às, 12h20.

rejas

Por la noche, vigila los surcos plantados de malanga y la cría de carneros, con una escopeta corta de fabricación casera. Es la obra de un improvisado armero que soldó un trozo de cañería de poco diámetro a la recámara rústica de la que sobresale el irregular percutor. Basta el sonido –en medio de la madrugada– del rastrillar del ingenioso artefacto para que salgan corriendo los que pretendan robarle la cosecha. Cuando la puerca está parida, llama a un hermano que vive en el pueblo y acompañados de aquel artilugio –creado por la necesidad– hacen guardia hasta que salga el sol.

Muchos campesinos usan armas ilegales que han sido compradas o producidas de forma alternativa. Sin ellas, el fruto de meses de trabajo podría terminar en manos de los “depredadores” de sembrados, sombras escurridizas que se mueven en la oscuridad. Las penurias han aumentado los robos en los campos cubanos y obligado a los lugareños a salvaguardar ellos mismos sus recursos. De ahí que proliferen los perros agresivos y las escopetas manufacturadas, especialmente en las fincas donde hay vacas. La libra de carne de res se vende a dos pesos convertibles en un mercado negro que se nutre del hurto y sacrificio ilegal, a pesar de las prolongadas condenas de cárcel que estos delitos conllevan.

Para los guardianes de lo propio, ha sido una sorpresa el anuncio oficial de que “con carácter excepcional y por sólo una vez (…) las personas naturales y jurídicas residentes en la isla que tengan en su poder armas de fuego sin la correspondiente licencia podrán obtener el debido registro”. Existe, sin embargo, la convicción tácita de que quien anuncie públicamente semejante posesión obtendrá como respuesta la confiscación. Ante ese temor, pocos confesarán que guardan el frío metal en algún lugar de su casa y seguirán prefiriendo el riesgo de no tener papeles a la inseguridad de quedarse sin protección. Para nuestra alarma, esos rústicos instrumentos también les sirven a quienes, sin tener  finca ni animales que preservar, acechan al otro lado de la cerca, dispuestos incluso a disparar con tal de llevarse lo ajeno.

(Publicado em “Generación Y”)