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El patio de Karina, no es particular

El lobo feroz o el loco del saco se llamaban en mi infancia de otra manera: la Reforma Urbana. Crecida en una casa de la cual mis padres no tenían papeles, cuando tocaban a la puerta nos recorría el sobresalto de que podía ser un inspector de la vivienda. Aprendí a mirar por las persianas antes de abrir, en una práctica que aún conservo, para evitar a esos husmeadores con […] Leia mais

DR

Da Redação

Publicado em 16 de dezembro de 2009 às 21h04.

Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às 12h35.

El lobo feroz o el loco del saco se llamaban en mi infancia de otra manera: la Reforma Urbana. Crecida en una casa de la cual mis padres no tenían papeles, cuando tocaban a la puerta nos recorría el sobresalto de que podía ser un inspector de la vivienda. Aprendí a mirar por las persianas antes de abrir, en una práctica que aún conservo, para evitar a esos husmeadores con portafolio que nos advertían de la fragilidad legal de nuestro hogar. La institución que ellos representaban era más temida en mi solar que la propia policía. Numerosas confiscaciones, sellos pegados en las puertas, desalojos y multas, hacían que a los guapos de Centro Habana les temblaran las mandíbulas cuando oían hablar del Instituto de la Vivienda.

Por estos días ha regresado ese fantasma de mi niñez con lo sucedido alrededor del patio de mi amiga Karina Gálvez. Economista y profesora universitaria, esta simpática pinareña fue parte del consejo editorial de la revista Vitral y ahora es pilar imprescindible del portal Convivencia. Eso, en una sociedad donde la censura y el oportunismo crecen –por todas partes–  como el marabú, puede interpretarse como un gran error por parte de Karina. Para colmo, siempre ha creído que la casa de sus padres, donde nació y vive hace más de cuarenta años, era una propiedad familiar, tal y como dice el título guardado en la segunda gaveta de su armario. Sobre la base de que construir en el propio patio debe ser algo tan íntimo como la decisión de dejarse crecer las uñas, levantó un ranchón sin paredes al que todos los amigos contribuyeron con algo. Poco a poco, aquello se convirtió en sitio para el debate, epicentro de la reflexión y lugar de peregrinaje imprescindible para creadores y librepensadores de Pinar del Río.

Hasta el Obispo Emérito Ciro González vino a bendecir la Virgen de la Caridad que presidía aquel acogedor espacio. Recuerdo que Reinaldo y yo buscamos un ceramista que grabó la bandera y el escudo cubanos para el improvisado altar en el ya célebre “Patio de Karina”. Comenzaron entonces las escaramuzas legales, los inspectores de la Reforma Urbana con sus amenazas de derrumbe forzoso y expropiación. Parecía que todo iba a quedar en una penalización monetaria o –en el peor de los casos– en el derribo de lo construido. Pero a los que no han sabido edificar les produce un especial placer confiscar, quitar lo logrado por otros, incautar lo que ellos mismos no han creado. De manera que ayer martes, una brigada llegó a casa de mi amiga y le anunció que su patio ya no era suyo, sino propiedad de la empresa estatal CIMEX que colinda con la casa. A una velocidad rara vez vista por estos lares, levantaron una barrera de metal que en la noche se convirtió en un muro de ladrillos.

Karina –en su infinita capacidad de reír ante todo– me dijo que pintarán sobre la fea muralla un par de gallos de colores que anuncien la alborada. Al otro lado, el terreno que siempre le ha pertenecido ahora es usado por otros. Un día lo recuperará, lo sé, porque ni la Reforma Urbana, ni la policía política, ni la brigada de respuesta rápida que apostaron afuera podrán impedir que sigamos diciendo y sintiendo que ese es el Patio de Karina.

Galería de fotos de Yoani Sánchez en Flickr

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El lobo feroz o el loco del saco se llamaban en mi infancia de otra manera: la Reforma Urbana. Crecida en una casa de la cual mis padres no tenían papeles, cuando tocaban a la puerta nos recorría el sobresalto de que podía ser un inspector de la vivienda. Aprendí a mirar por las persianas antes de abrir, en una práctica que aún conservo, para evitar a esos husmeadores con portafolio que nos advertían de la fragilidad legal de nuestro hogar. La institución que ellos representaban era más temida en mi solar que la propia policía. Numerosas confiscaciones, sellos pegados en las puertas, desalojos y multas, hacían que a los guapos de Centro Habana les temblaran las mandíbulas cuando oían hablar del Instituto de la Vivienda.

Por estos días ha regresado ese fantasma de mi niñez con lo sucedido alrededor del patio de mi amiga Karina Gálvez. Economista y profesora universitaria, esta simpática pinareña fue parte del consejo editorial de la revista Vitral y ahora es pilar imprescindible del portal Convivencia. Eso, en una sociedad donde la censura y el oportunismo crecen –por todas partes–  como el marabú, puede interpretarse como un gran error por parte de Karina. Para colmo, siempre ha creído que la casa de sus padres, donde nació y vive hace más de cuarenta años, era una propiedad familiar, tal y como dice el título guardado en la segunda gaveta de su armario. Sobre la base de que construir en el propio patio debe ser algo tan íntimo como la decisión de dejarse crecer las uñas, levantó un ranchón sin paredes al que todos los amigos contribuyeron con algo. Poco a poco, aquello se convirtió en sitio para el debate, epicentro de la reflexión y lugar de peregrinaje imprescindible para creadores y librepensadores de Pinar del Río.

Hasta el Obispo Emérito Ciro González vino a bendecir la Virgen de la Caridad que presidía aquel acogedor espacio. Recuerdo que Reinaldo y yo buscamos un ceramista que grabó la bandera y el escudo cubanos para el improvisado altar en el ya célebre “Patio de Karina”. Comenzaron entonces las escaramuzas legales, los inspectores de la Reforma Urbana con sus amenazas de derrumbe forzoso y expropiación. Parecía que todo iba a quedar en una penalización monetaria o –en el peor de los casos– en el derribo de lo construido. Pero a los que no han sabido edificar les produce un especial placer confiscar, quitar lo logrado por otros, incautar lo que ellos mismos no han creado. De manera que ayer martes, una brigada llegó a casa de mi amiga y le anunció que su patio ya no era suyo, sino propiedad de la empresa estatal CIMEX que colinda con la casa. A una velocidad rara vez vista por estos lares, levantaron una barrera de metal que en la noche se convirtió en un muro de ladrillos.

Karina –en su infinita capacidad de reír ante todo– me dijo que pintarán sobre la fea muralla un par de gallos de colores que anuncien la alborada. Al otro lado, el terreno que siempre le ha pertenecido ahora es usado por otros. Un día lo recuperará, lo sé, porque ni la Reforma Urbana, ni la policía política, ni la brigada de respuesta rápida que apostaron afuera podrán impedir que sigamos diciendo y sintiendo que ese es el Patio de Karina.

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