Aprovechar la luz
Miles de habaneros se transportan a fuerza de dedo o, lo que es lo mismo, pidiendo en los semáforos que algún chofer les haga el favor de llevarlos. La mayoría de estos viajeros alternativos son mujeres jóvenes, ya que es más fácil recibir un aventón cuando se porta saya –si es corta mejor– que siendo un muchacho o una anciana. En la intersección de dos avenidas se les ve inclinándose […] Leia mais
Da Redação
Publicado em 26 de junho de 2010 às 01h26.
Última atualização em 24 de fevereiro de 2017 às 11h40.
Miles de habaneros se transportan a fuerza de dedo o, lo que es lo mismo, pidiendo en los semáforos que algún chofer les haga el favor de llevarlos. La mayoría de estos viajeros alternativos son mujeres jóvenes, ya que es más fácil recibir un aventón cuando se porta saya –si es corta mejor– que siendo un muchacho o una anciana. En la intersección de dos avenidas se les ve inclinándose sobre las ventanillas para preguntar el destino del auto y pedir que les adelanten un tramo. Muchas veces los conductores mienten porque no quieren montar extraños en sus vehículos y argumentan que cien metros más adelante llegarán a su destino o doblarán en U.
Simpático catálogo el que podría hacerse con todas las justificaciones que escuchan los asiduos del autostop de quienes no quieren ayudarlos. Tras el timón, una voz les advierte que “tiene las gomas con poco aire y no aguantan el peso de otra persona” o que “debe recoger al jefe que vive unas cuadras más adelante”. También están los que suben los cristales oscuros antes de llegar a las esquinas donde tantos esperan por una “botella”, o aumentan el volumen de la radio para no escuchar el ruego que les hacen desde las aceras. Lo mismo con una matrícula estatal o una privada, el “no” se convierte en respuesta recurrente que brota desde el interior de las carrocerías hacia quienes se achicharran bajo el sol de nuestro “eterno verano”.
Risibles o aterradoras son también las historias de atrevimientos e insinuaciones que los choferes –desde su poder– les lanzan a las agradecidas mujeres que logran ser transportadas. Van desde la mirada incisiva que le sube por los muslos y el espejo retrovisor orientado hacia la zona de la entrepierna hasta los toques lascivos a manera de peaje. Aleccionadas con esta práctica, muchas preferimos caminar largas distancias que caer bajo las garras de quienes se creen que por ayudarnos ya tienen el derecho de envolvernos con sus frescuras. La grata diferencia la hacen aquellos choferes que dicen “sí” y no exigen nada a cambio de acercarnos a algún sitio, ni siquiera el número telefónico para mantenerse en contacto. Gracias a ellos parte de esta ciudad logra moverse cada día, con el entrecortado ritmo que dan el azar y la brevedad de la luz roja.
(Publicado em “Generacion Y”)
Miles de habaneros se transportan a fuerza de dedo o, lo que es lo mismo, pidiendo en los semáforos que algún chofer les haga el favor de llevarlos. La mayoría de estos viajeros alternativos son mujeres jóvenes, ya que es más fácil recibir un aventón cuando se porta saya –si es corta mejor– que siendo un muchacho o una anciana. En la intersección de dos avenidas se les ve inclinándose sobre las ventanillas para preguntar el destino del auto y pedir que les adelanten un tramo. Muchas veces los conductores mienten porque no quieren montar extraños en sus vehículos y argumentan que cien metros más adelante llegarán a su destino o doblarán en U.
Simpático catálogo el que podría hacerse con todas las justificaciones que escuchan los asiduos del autostop de quienes no quieren ayudarlos. Tras el timón, una voz les advierte que “tiene las gomas con poco aire y no aguantan el peso de otra persona” o que “debe recoger al jefe que vive unas cuadras más adelante”. También están los que suben los cristales oscuros antes de llegar a las esquinas donde tantos esperan por una “botella”, o aumentan el volumen de la radio para no escuchar el ruego que les hacen desde las aceras. Lo mismo con una matrícula estatal o una privada, el “no” se convierte en respuesta recurrente que brota desde el interior de las carrocerías hacia quienes se achicharran bajo el sol de nuestro “eterno verano”.
Risibles o aterradoras son también las historias de atrevimientos e insinuaciones que los choferes –desde su poder– les lanzan a las agradecidas mujeres que logran ser transportadas. Van desde la mirada incisiva que le sube por los muslos y el espejo retrovisor orientado hacia la zona de la entrepierna hasta los toques lascivos a manera de peaje. Aleccionadas con esta práctica, muchas preferimos caminar largas distancias que caer bajo las garras de quienes se creen que por ayudarnos ya tienen el derecho de envolvernos con sus frescuras. La grata diferencia la hacen aquellos choferes que dicen “sí” y no exigen nada a cambio de acercarnos a algún sitio, ni siquiera el número telefónico para mantenerse en contacto. Gracias a ellos parte de esta ciudad logra moverse cada día, con el entrecortado ritmo que dan el azar y la brevedad de la luz roja.
(Publicado em “Generacion Y”)